La
fragancia de las rosas y las orquideas se podía disfrutar por igual
aquella noche. Flores frescas, con un olor que envolvía el salón de
la casa más grande de toda la zona residencial. Bajando por las
escaleras, Marta miraba orgullosa cómo su marido la esperaba
sonriente, rodeado de todos los asistentes que la miraban y
admiraban. No en vano, el traje le habia costado una fortuna a Juan,
y las ocasión bien lo merecía.
Al
llegar al último escalón, se fundieron en un gran abrazo. Juan la
besó, cómo sólo se besa a lo que se ama o se posee. Ella le
correspondió con todo tipo de caricias, y todo el público asistente
rompió en una fuerte ovación, con vitores para sus anfitriones.
Volviéndose
a la multitud que le rodeaba, Juan se disponía a decir unas palabras
de agradecimiento. El ascenso en su empresa de toda la vida bien lo
merecía, pero en ese momento ...
...
sonó el timbre de la puerta. Alguíen, entre risas, sugirió que
algún voluntario abriera la puerta para no interrumpir a su generoso
anfitrión. Pero cual fue la sorpresa cuando vieron que la gran
puerta que presidía la casa se abrió, y, con mucho cuidado, dejaron
un objeto bien embalado, justamente al lado de uno de los macetones
que rodeaban la entrada.
Muchos
se acercaron para ver lo que era. Juan se adelantó a todos, y
ayudado por estos, lo puso encima de una mesa. - ¡Vaya!, comentó
Juan -, el que lo ha enviado casi nos coge en los postres.
Dentro,
y muy protegido por papel de embalaje, había un espejo. Todos se
quedaron maravillados no sólo de sus dimensiones, pues se podía
observar prácticamente a todos los allí presentes, que no eran
pocos, sino también de los ornamentos que lo custodiaban.
No
con poco esfuerzo, lo apoyaron concretame en un rincón del salón,
justamente al lado de la gran escalera que lo presidía. Muchos se
acercaron a él, y más de uno aprovechó para hacerse una foto.
Realmente, era precioso.
Cómo
todo lo bueno, y esa fiesta lo fué, llegó el momento en el que él
último invitado se fué de la fiesta. Juan y Elena, algo cansados,
pero muy felices, dieron fin al encuentro con sus amigos. Elena,
descalzándose, empezó a subir por las escaleras, mascullando entre
dientes que sería la última vez que se metería en otra igual ...
Juan
aprovechó la ausencia de su mujer para servirse la última copa ...
Sentado en el sofá, observó con algo más de curiosidad su postrer
regalo. Se acercó, y levantando la copa, quizo hacer un brindis
cuando ...
...
sonaron tres breves tintineos producidos por crótalos. Al finalizar
los mismos, Juan, algo sorprendido, esbozó una sonrisa, que pronto
fue desapareciendo de su boca ...
...
observó que parte de su cuerpo, ¡concretamente sus piernas!, no
aparecían reflejadas en el espejo. Miró a la copa, y se dijo que
posiblemente ya habría bebido bastante, y era hora de que se fuera a
descansar. Elena seguramente le estaría esperando probablemente para
algo más que para dormir ...
De
madrugada, Juan se despertó de un profundo sueño. Se incorporó, y
al darse cuenta de que no tenía su vaso de agua en la mesilla, tuvo
que ir hasta la cocina para beber. No en vano, sentía que su
garganta ardía. Estaba claro que había bebido demasiado la noche
anterior ...
Al
bajar por la escalera, miró con curiosidad el espejo. - Tendré que
buscarle un sitio algo más apropiado -, se dijo, allí corría el
riesgo de que algunos de sus hijos pudiera hacerse daño. Y en ese
momento ...
...
sonó el tintineo de dos crótalos en el silencio de la noche. Cuando
Juan se acercó, pudo observar entre la oscuridad que se veía su
imagen muy poco nítida. Restregándose los ojos, vió que su cara y
brazos podían verse sin ningún problema, pero desde cintura para
abajo, su cuerpo no podía verse. Sonriendo, se dijo a si mismo que
los efectos del alcohol no íban a desaparacer tan fácilmente.
Refréscate algo y vuelve a la cama, se dijo, con una sonrisa de
autocomplacencia.
Al
pasar por el espejo de nuevo, y con una gran curiosidad, se puso de
nuevo delante, desafiante. - A ver -, le dijo, por qué no puedo
verme ... Acaso habría algún truco, y su obsequiador le quería
hacer una broma, cuando, en ese momento ...
...
se escuchó el sonido de unos crótalos volviendo a romper el
silencio que envolvía su habitación, y el vaso de agua resbaló,
lentamente entre los dedos de su mano derecha. En el espejo podía
observar que su salón, con todos sus muebles y ornamentos, aparecía
con una gran nitidez, menos él.
Subió
muy nervioso las escaleras, y se acostó con una sensación muy
extraña. Elena, que lo estaba escuchando, sólo le recordaba que no
se moviera tanto, que al día siguiente los dos tenían que
levantarse a las 8 para ir a trabajar ...
Por
la ventana se vislumbraba un amanecer precioso y um soleado día, y
se podía respirar la fragancia de las numerosas flores del jardín.
En las ramas de uno de los árboles que coronaban su patio se estaban
posando varios pájaros que canturreaban una bella melodía, cuando
en la puerta de la habitación apareció la silueta de una chica
jóven. Con su juvenil voz comenzó a advertir a sus padres de que
era muy tarde para estar aún en la cama. Cuando giró la cabeza, un
grito desgarrador se escapó de su garganta, al percatarse de que su
padre yacía caido en el suelo, muerto. En la almohada, juanto a su
madre algo aturdida, una nota, dónde se podía leer lo siguiente:
¡Somos lo que somos, y no lo que aparentamos!.
JOSÉ
MARIA VÁZQUEZ RECIO. SEPTIEMBRE 2019.
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